Los años 90 se apagan. Los recuerdos de los que exprimimos nuestra juventud en aquella década se difuminan, se alejan sin remisión. ¿Alguna vez fuimos jóvenes? Sí, claro que sí. Paradójicamente, de vez en cuando nos refresca la memoria una triste noticia sobre la desaparición de alguna estrella de la época. Los obituarios nos trasladan, melancólicamente, a momentos y lugares que creíamos olvidados tras la niebla del paso del tiempo. Keith Flint, bailarín primero y pseudo cantante después de los salvajes The Prodigy, moría este 4 de marzo víctima de la depresión. “Soy tremendamente autodestructivo pero no tengo huevos para tomarme las pastillas necesarias”. Eso fue lo que declaró en una entrevista hace unos años a modo de oscura profecía. De infancia tormentosa en familia desestructurada, el detonante del suicidio, al parecer, fue la reciente separación de su mujer, la misma que le había alejado de la mala vida. No es que tuviera yo especial cariño o predilección por este ‘músico’ con aspecto de hooligan, pero su imagen y actitud tenían trasfondo. Era el punki de la electrónica, el ‘hijo’ bastardo de Johnny Rotten en la nueva era dance. Como reza esta canción, un pirómano… consumido, finalmente, por sus propios demonios. DEP. Por David Acosta.
Grupo: The Prodigy
Álbum: ‘The fat of the land’ (1997)